Transformación de un local comercial diáfano y de techos altos en un conjunto de espacios de dimensiones variables, creados para ajustarse a la medida de un niño, para que este se sienta libre y a la vez recogido para un óptimo desarrollo educativo y lúdico.
La planta está dividida en tres espacios consecutivos, cuyas secciones serán también modificadas según el programa que deberán desarrollar.
El primer espacio, correspondiente al acceso a pie de calle, se destina al filtro o espacio de intercambio con el exterior. Allí se encuentra la recepción y sección de almacenaje para que las familias guarden mochilas y zapatos antes de entrar en la zona de juego. Es también el lugar hasta donde los adultos los acompañan o esperan.
Pasado el filtro, se entra en la zona de juego libre, donde los niños pueden correr y reorganizar el espacio a su antojo. Se trata de la única área donde se ha mantenido el espíritu diáfano del espacio original y su altura libre de 4m. A pesar de ello, se interviene introduciendo una sutil modulación que divide este tramo central en siete subespacios, a través de una ligera subestructura de madera que ayuda a organizar el programa y los sistemas del espacio, y que tendrá continuidad en el siguiente tramo.
Finalmente, se llega al módulo de juego interior, una sucesión de espacios donde la subestructura modular se densifica a través de la panelación. Cada uno de estos pequeños módulos se habilita de manera singular, y así se crean varios escenarios con distintos grados de intimidad para adaptarse a todo tipo de actividades. Al tratarse de siete módulos, se opta por pintar el interior de cada uno con los siete colores del arcoíris, con un resultado muy colorido y con lógica cromática.
Se opta por una selección de materiales cálidos y naturales: madera maciza tratada con aceites naturales en la subestructura, pinturas ecológicas y transpirables en los muros, linóleum natural que da continuidad a todo el pavimento, blando y confortable bajo el pie descalzo.